Izquierda anticapitalista en Chile: de la derrota a la política – Por Carlos Abufon Silva

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Carlos Abufon Silva*

En Chile, 1973 significó una derrota estratégica para el pueblo trabajador, y representó una clausura del siglo XX chileno. Se trató de una derrota estratégica porque no solo eliminó materialmente a los sectores organizados del pueblo y la izquierda, sino que estableció cultural, social, económica y políticamente las bases para la eliminación del proyecto socialista, en cuanto horizonte histórico de realización de los intereses de la clase trabajadora.

Uno de los efectos más contundentes de esta eliminación ha sido la deriva estratégica de la izquierda, dividida entre la renovación y la marginalidad. Hoy es posible plantear que el pueblo trabajador ha recorrido distintas etapas en este periodo: desde su paso por la resistencia (1973-1990), una fase de rearticulación (1990-2001), un vertiginoso momento de acumulación de fuerzas (2001-2011) y desde el 2011 en adelante podemos constatar una nueva fase de avance sustantivo en las condiciones que permitirán el comienzo de una contraofensiva social y política, todavía débil pero claramente distinguible de la etapa anterior.

Un análisis político que intente establecer las fases de un determinado periodo debe tomar en cuenta elementos cualitativos (programa, organización, radicalidad) y cuantitativos (masividad, presencia mediática, etc.), y en ese sentido uno de los elementos centrales de esta nueva fase para el pueblo trabajador en Chile es una determinada disposición de lucha, que le permite enfrentar coyunturas críticas con una síntesis de lecciones recientes y con una voluntad de victoria que se traduce en mayor claridad programática, flexibilidad táctica y recomposición de su organización. La re-emergencia del feminismo en los últimos años es quizá una de las muestras más claras de esta disposición al contraataque. Pero, aunque se trata de un proceso significativo, todavía es incipiente, y avanza a distintas velocidades en los distintos sectores, y por lo mismo no podemos confundir la golondrina de estos avances con el verano de una contraofensiva.

Una época de grandes avances y de grandes retrocesos: el periodo de la crisis y el ajuste

El periodo actual se caracteriza porque la crisis del capital se organiza en torno a los ajustes (como medidas fiscales, monetarias y financieras para intentar recuperar la tasa de ganancia), siendo una de sus formas el ataque a los y las trabajadoras tanto en el ámbito de la producción (flexibilización y precarización del empleo, relocalización de la industria hacia lugares con mano de obra barata, fragmentación de los centros productivos) como de la reproducción (destrucción de la seguridad social, ataques a los derechos sexuales reproductivos y no reproductivos, integración subordinada de las mujeres al mercado laboral).

De forma aparentemente paradójica, la expresión política de dicha crisis ha sido una dificultad creciente por parte del bloque dominante a nivel mundial para asegurar su hegemonía: no dejan de estar al volante, pero cada vez se les hace más difícil conducir. En otras palabras, la evolución de las crisis durante el periodo ha llevado, al mismo tiempo, al desarme de la clase trabajadora y al agotamiento de los modelos de hegemonía democrática de los últimos 30 años.

La larga coyuntura post-2011: la dinámica entre politización y polarización

Nos encontramos en un momento en que el debilitamiento del centro político, expresión del agotamiento del pacto de la llamada “transición a la democracia”, engendra un complejo proceso sociopolítico. En esta larga coyuntura posterior a la gran movilización estudiantil del 2011, es posible reconocer dos tendencias complementarias que comienzan a fisurar los sentidos comunes sobre el periodo que han enmarcado la acción de la izquierda.

Por un lado, desde el ciclo de movilizaciones 2007-2013, hemos sido parte de un proceso ascendente de politización de capas de la población que se habían mantenido al margen de la acción social organizada. Las marchas masivas no solamente ponen sobre la mesa las demandas, sino que llevan a sus participantes a una experiencia de lo colectivo que había sido desalojada de la vida cotidiana en Chile.

Al mismo tiempo, se ha detectado un aumento de la participación de la población en organizaciones sociales de algún tipo (desde centros de estudiantes hasta clubes deportivos). Por ambas cosas, es posible afirmar que Chile vive un proceso de politización. Lentamente, pero de manera más masiva y acelerada que antes, esos sectores de la población sin tradición militante o experiencias organizativas previas, están más dispuestos a participar políticamente en sus formas más acotadas (elecciones) o en sus formas más sofisticadas y demandantes (activismo y militancias políticas).

Esta tendencia se expresa a su vez como un desplazamiento de la potencia política desde el centro tradicional hacia los extremos del espectro. Este proceso de polarización puede interpretarse como una respuesta coyuntural a una crisis a nivel de periodo histórico: la disputa por el excedente y la organización de la re/producción, cada vez más aguda, toma la forma de una fuerte competencia entre sectores políticos que se proponen representar a los distintos sectores del pueblo. Esta tendencia a la polarización tiene hoy una realidad mundial en la emergencia tanto de fracciones ultraderechistas como de nuevas fuerzas de izquierda, que se proponen salidas de la crisis restauradoras o transformadoras, respectivamente. En Chile esa polarización adquirió la forma de una reconfiguración del mapa político en el escenario del Estado, con una derecha múltiple (cubriendo el rango de la ultraderecha pinochetista a la derecha liberal) y una novedosa pero tibia renovación de la izquierda (Frente Amplio).

Lo más interesante es que esta polarización también se expresa en el escenario de lo social, que ha sido objeto de renovado interés para todo el arco de partidos y movimientos sociales y políticos de la derecha, desde el activismo ultraderechista al alero de J.A. Kast u otras corrientes nacionalistas o neonazis hasta los infatigables esfuerzos de la pinochetista UDI por retomar la línea “popular” dura de figuras fundacionales como Jaime Guzmán y Pablo Longueira, pero también y quizá principalmente en el crecimiento en número y densidad ideológica de las iglesias evangélicas en centros y periferias de Chile.

Se constata y es posible proyectar una politización de base por la derecha. La izquierda queda amenazada en lo social, pierde terreno ante esta avanzada por abajo de la derecha, y su marginalidad ya no es resultado de su internalización de la derrota estratégica o las condiciones difíciles del terreno, sino porque hay un adversario activo.

Avanzada conservadora y conflictos multisectoriales

Otra tensión clave de la coyuntura es la que se da entre la avanzada conservadora en lo programático y lo institucional, por un lado, y la clara emergencia de conflictos con un carácter transversal o multisectorial que responden a ese ataque. La potencia actual del movimiento de mujeres y del movimiento contra el sistema privado de pensiones (AFP) responde a dos ejes centrales de la avanzada restauradora de las fuerzas derechistas en América Latina y el mundo: la precarización de la vida mediante el desarme de la seguridad social (o su empeoramiento en el caso de Chile) y una nueva fase de sometimiento de la reproducción a los requerimientos de la acumulación capitalista (el discurso de las fuerzas conservadoras que tachan de ideológico el cuestionamiento a la heteronorma, o el desmantelamiento de legislaciones pro-aborto, una de las pocas cosas en las que Chile va a contrapelo de la tendencia mundial).

No es casual que la seguridad social aparezca como un elemento que permite articular varias de las luchas que se plantean hoy estos movimientos. La evidencia que tenemos todavía muestra un movimiento de reacciones ante las acciones del bloque dominante, y no necesariamente un programa de transformaciones que movilice al conjunto de esos sectores. Pero no cabe duda de que ésta será una tendencia clave de las luchas sociales en los años venideros.

En un contexto de derrota y carencia estratégica, de desarticulación de las fuerzas políticas consecuentemente revolucionarias y un tejido social debilitado, las fuerzas conservadoras han apretado el acelerador del racismo, fomentando de ese modo una competencia entre personas de distintos países, etnias o comunidades. En un nivel semejante, la agudización de la violencia de género en la dimensión en que ésta es un esfuerzo de resguardar y restaurar permanentemente las condiciones de vida dadas por un trabajo reproductivo impago en el marco de la subordinación propia de las relaciones de dependencia, es también un modo de profundizar la competencia entre hombres y mujeres; ambas son formas en que se desarrolla la competencia entre sectores de la clase trabajadora, y allí las fuerzas conservadoras cumplen una tarea central en dar forma e inteligibilidad a los límites y fronteras que marcan los bandos en competencia.

Cuando reina la precarización del empleo y el empobrecimiento de la vida cotidiana, la ultraderecha ha sabido organizar el descontento mediante la creación de enemigos internos y externos, materiales e inmateriales, que explican los males y orientan las soluciones. De ese modo, la ultraderecha aspira a desatar las pasiones enajenadas del pueblo. Desde la “ideología de género” hasta los “migrantes ilegales”, la ultraderecha promete responder a las necesidades populares. En el caso de los grupos que actúan por fuera de la política institucional, incluso han tomado la delantera en acciones que apuntan a resolver prácticamente las condiciones de miseria de franjas precarizadas del pueblo. Una nueva experiencia de lo colectivo, por derecha.

La tarea en este contexto es doble: combatir a la ultraderecha implica cerrarle el paso en el espacio público, inhibiendo la difusión de su ideología de odio, al mismo tiempo que respondemos a lo que ellos dicen responder. El combate frontal al fascismo lo frena, pero lo único que lo elimina es el socavamiento de las bases que permiten articular una conciencia ultraderechista en el pueblo trabajador: una alternativa concreta y realista a los efectos del capitalismo en sus vidas cotidianas.

Frente Amplio y espacio antineoliberal, una lectura posible

En el contexto descrito más arriba, tiene sentido afirmar que el Frente Amplio tiene un carácter progresivo. Dado el estado de la conciencia política de la clase trabajadora, y en un contexto de politización + polarización, el Frente Amplio aparece para muchas personas como la puerta de entrada a la activación de su acción política o político-social. Pese a ello, producto de su composición de clase y por la fragilidad de su proyecto en términos estratégicos, el Frente Amplio tiene un gran potencial regresivo y restaurador. Siempre ha sido hegemónico en él una línea estratégica reformista con un programa socialdemócrata, pese a los sueños y esfuerzos de los sectores que se reclaman revolucionarios y socialistas.

Por ello, ya se pueden percibir las jugadas restauradoras de algunos parlamentarios o voceros que votan a favor de tratados de libre comercio u ocupan sus vocerías para cuestionar la democracia en Cuba y Venezuela, poniéndose del mismo lado que la derecha chilena y latinoamericana. Sin embargo, no puede decirse que ese potencial esté desplegado actualmente, porque todavía no se cierra el nuevo ciclo político-institucional abierto por las elecciones de 2017. No basta con sus defensas a la libertad de expresión de Kast, sus críticas a Cuba o su tibieza en las votaciones en el Parlamento: el FA será una fuerza regresiva cuando sus partidos y sus parlamentarios asuman abiertamente funciones restauradoras del régimen político, social y económico, no en oposición a los ideales de la doctrina socialista, sino en oposición a los movimientos sociales y las entusiastas capas del pueblo que votaron por esa coalición.

Por otro lado, el Frente Amplio es expresión de un fenómeno más amplio que es la apertura de un espacio “antineoliberal”, en el que participan o pueden participar todas las fuerzas políticas progresistas que señalan la clave del cambio de periodo político en la conversión del modelo neoliberal en un modelo pos-neoliberal, encarnado por un Estado social y democrático y en una sociedad que garantiza derechos sociales. En este espacio caben una variedad de reformismos, desde el progresismo PS hasta el PC. El éxito del Frente Amplio, en este contexto, está en directa proporción con el fracaso de la Nueva Mayoría: un relato de derechos sociales es inverosímil en una coalición neoliberal como la NM, y el Frente Amplio tiene, por ahora, carta blanca para poner a prueba sus tesis políticas.

En este sentido, el rédito político del Frente Amplio bien pudiera ser de corta duración, en la medida en que existe de manera patente el riesgo de subsumirse en una oposición formal que lo haga indistinguible de la Nueva Mayoría y que lo fuerce, por ello, a la posibilidad latente de convertirse en una renovación de las fuerzas históricas de la fracción progresista del bloque en el poder.

Este espacio antineoliberal es el ámbito en donde existen y se desarrollan la mayoría de las luchas sociales actuales, principalmente enfocadas a los efectos nefastos de una contrarrevolución neoliberal madura, que ha agotado los mecanismos tradicionales de privatización y precarización, y se ve enfrentada a una sociedad que ya no tiene mucho más que perder. Este espacio antineoliberal, que el Frente Amplio busca expresar y representar, es el punto de partida de una Izquierda Anticapitalista, con cuyas bases sociales debe vincularse, comprendiendo sus aspiraciones y posibles desencantos, tomando en cuenta su actual o potencial adhesión a la promesa que encarna el FA.

Tareas para una izquierda anticapitalista en el contexto actual

En el actual contexto, se plantean una serie de tareas políticas para una Izquierda Anticapitalista que aquí solo alcanzamos a esbozar. La primera de ellas es la de superar la derrota estratégica, y más específicamente superar la constante auto-marginación de los espacios vivos de las masas, el sectarismo auto-complaciente en sus lecturas y el énfasis desmedido en análisis y despliegues tácticos como centro de su actividad.

En segundo lugar, y como una de las principales líneas que permitirán superar la derrota, una Izquierda Anticapitalista debe asumir el feminismo como horizonte estratégico, es decir, transformar los elementos claves de su análisis y su práctica política contemplando el lugar de la producción del género, la violencia patriarcal y las formas de la reproducción como aspectos esenciales del modo en que se organiza la vida social. En tercer lugar, urge proyectar el desarrollo de la capacidad política de la clase trabajadora, entendida en toda su heterogeneidad y complejidad, para organizar la producción y reproducción de la vida social, con el horizonte de una democracia autogestionaria del pueblo trabajador.

Esto implica visualizar los caminos de lucha y las conquistas que permitirán una acumulación de fuerzas no solo en el ámbito subjetivo de su organización, sino también en su intervención política activa en la toma de decisiones de los espacios vitales de la clase, desde los ámbitos educativos hasta los centros de trabajo productivo y reproductivo. Finalmente, en la coyuntura actual se abre un momento en el que es posible para una Izquierda Anticapitalista el ensayo de formas intermedias de unidad, que superen las relaciones meramente coyunturales o tácticas, para llegar a conformar un sector de Izquierda Anticapitalista como fuerza política con capacidad de intervención e interpelación nacional, como una voz que no solo hable de los objetivos finalistas de la lucha sino de todos y cada uno de los momentos de una transformación económica, política y cultural del país y la región.

Finalmente, en el mediano plazo, una fuerza política de izquierda y anticapitalista debe apuntar a constituirse como un movimiento político de masas con un fuerte arraigo social, con una nueva cultura política clasista y feminista que se movilice y actúe en torno a un programa que emerja y se proyecte desde las necesidades inmediatas de la clase en un contexto de crisis y ajuste. Si no quiere quedar sumergida en las aguas turbulentas de la fase actual, la Izquierda Anticapitalista debe, de una vez por todas, salir de la derrota y organizar la contraofensiva.

*Militante de Solidaridad. Editor de Revista Posiciones. Miembro y fundador del Centro Social y Librería Proyección. Fuente: hemisferioizquierdo.uy