Corriendo el velo de la impunidad en Guatemala: el caso de la familia Molina Theissen – Por Rafael Cuevas Molina

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Rafael Cuevas Molina*

En la madrugada del miércoles 23 de mayo pasado, luego de más de 12 horas de espera, la familia Molina Theissen escuchó el veredicto en el que se condenaba a cuatro de los cinco acusados de torturar y violar a Emma, una miembro de la familia, y de secuestrar a su hermano menor, de 14 años, Marco Antonio.

Estos hechos ocurrieron hace 36 años, en medio del fragor de la más cruel represión del Estado guatemalteco en contra de la población civil. A Emma la capturaron-secuestraron por habérsele encontrado material vinculado al partido comunista, el Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT), cuando viajaba en un autobús de trasporte extraurbano camino de la capital.

Luego de ser torturada y violada, pudo escapar de forma milagrosa. Sus captores, indignados porque la víctima se les hubiera escabullido de entre las manos, fueron a su casa de habitación en Ciudad de Guatemala, y al no encontrarla, se llevaron en su lugar a su hermano menor, Marco Antonio, de quien hasta la fecha no se sabe nada más.

Una historia terrible que, sin embargo, no es sino una entre miles que tuvieron lugar durante los más de treinta años de cruel represión a los que se sometió al pueblo de Guatemala por parte del Estado, desde 1960 hasta 1996.
Los cinco militares sentados en el banquillo de los acusados ocupaban puestos de mando relevantes en el momento en que ocurrieron los hechos. Uno de ellos, el general Benedicto Lucas, fue ejecutor de la política de Tierra Arrasada que llevó a cabo el Ejército contra población campesina indígena en el altiplano occidental del país. Más de doscientas aldeas fueron borradas de la faz de la tierra precisamente en el lapso de tiempo en el que Emma fue secuestrada, torturada y violada, y su hermanito desaparecido.

Unos de estos crímenes de guerra han podido llegar a los tribunales de justicia en los últimos años: algunos de los atribuidos al general Efraín Ríos Montt contra la población ixil; el de la masacre de Las Dos Erre, en donde más de doscientas personas (mujeres, niños y ancianos especialmente) fueron ejecutadas y arrojadas a un pozo en el centro del pueblo; el de las mujeres de Sepur Zarco, en el que las viudas de quienes el mismo Ejército había asesinado fueron explotadas sexualmente y como sirvientas, por ejemplo. Las víctimas que han podido acceder a juicios que, al final de cuentas y después de muchos años, les han dado la razón, son una exigua minoría en comparación con las miles y miles que quedarán en el anonimato.

Por eso, cada vez que, como en este caso, una o varias víctimas logran llegar hasta el punto al que lo ha hecho la familia Molina Theissen, todos los que de una u otra forma sufrimos en aquellos años la embestida de la maquinaria mortal del Estado nos sentimos reivindicados.

La familia Molina Theissen ha pasado por un vía crucis difícil de describir. No se trata solamente de los sufrimientos causados por los hechos en sí que ahora fueron juzgados, sino por todo el entorno hostil que las ha rodeado desde que estos sucedieron. Las fuerzas oscuras que entonces fueron las protagonistas siguen teniendo una gran presencia e influencia en instancias gubernamentales, y se valen de ellas para hostigar a quienes osan denunciar sus atropellos.

Guatemala es un país de una belleza paisajística y una riqueza cultural impresionante en el que, sin embargo, los grupos dominantes han perpetuado hasta nuestros días formas de explotación de la fuerza de trabajo y de relacionamiento social signadas por una nefasta herencia colonial. En un país así, levantar la voz para reivindicar cambios que lo lleven a una situación que en otras partes se consideraría normal, ha sido considerado poco menos que un delito.

Hoy sigue siendo así. Como bien lo expresó Lucrecia, una de las hermanas, en la conferencia de prensa que ofreció la familia el viernes 25, estos hechos no deben verse solamente como algo del pasado, porque en la actualidad quienes se oponen a los atropellos de las mineras, de los constructores de hidroeléctricas, de la expansión del agronegocio, son igualmente perseguidos, reprimidos y asesinados.

Es un triste panorama en el que, sin embargo, se cuela esta semana un rayo de luz. La cortina de la impunidad se ha corrido un poco y ha penetrado un soplo de aire fresco.

*Escritor uruguayo, profesor en Jacksonville University, College of Arts and Sciences, Division of Humanities.