Divisionismo y disputas en el MAS: ¿Cuáles son las reales amenazas? – Por José Galindo

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de NODAL. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

José Galindo*

Las tensiones del oficialismo han llegado a su punto de quiebre, con dos de sus principales organizaciones de base divididas. En ambos casos la causa es la definición de la candidatura presidencial para las próximas elecciones generales. Un sector de los campesinos y otro de los interculturales no quiere otra opción que no sea Evo Morales.

El golpe de Estado de 2019 parece no haber servido para que su dirigencia se percate de que a veces es más fácil vivir sin reglas que solucionar las diferencias a través de ellas. La intensidad de la ruptura se expresa en todos los niveles de la coalición gobernante, donde nadie puede declararse indiferente en la disputa que hoy enfrenta a Morales con su sucesor Luis Arce Catacora, quien es partidario de que se hable de candidaturas en 2024 y no antes. La oposición, en tanto, supone que es posible ganar sin mover un dedo, lo que podría ser una percepción equivocada.

Pero no es solo el sistema de partidos el que está aturdido por la intensidad de la rivalidad, sino el propio sistema político, con sus instituciones imponiendo condiciones a ambas partes del conflicto, sin que esto necesariamente implique imparcialidad alguna. Debido a las propias características de la sociedad, la actual pelea por el poder al interior del Movimiento Al Socialismo (MAS) afecta tanto a extraños como a propios, mientras el resto atestigua una discusión en la que se juega el futuro no solo de unos cuantos políticos, sino de todos los miembros de esta comunidad ya resquebrajada por un sinnúmero de clivajes, desde regionales hasta étnicos.

El corazón partido

Aunque nadie esperaba que la renovación de la directiva de la Central Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) se realizara sin incidentes, los acontecimientos de la última semana superaron las expectativas de hasta los más pesimistas, con facciones paralelas emergiendo de un evento cargado de violencia que dejó un saldo de cerca de 800 atendidos por un equipo de salud. Sabotaje en el momento en que hablaba el presidente Arce, corte de luz durante el desarrollo de la actividad, anuncio anónimo de que había una bomba (lo que motivó una presencia policial) y otros hechos caracterizaron al congreso campesino de una organización sindical conocida por la disciplina de sus miembros, que pudo incluso enfrentar un gobierno de facto, en agosto de 2020, pero que ahora se halla sumida en el caos.

Y no es solo la Csutcb la que sufre los efectos de la competencia preelectoral dentro del MAS, sino también la Confederación Sindical de Comunidades Interculturales Originarios de Bolivia (Csciob) y la Federación Departamental de Mujeres Campesinas Indígenas Originarias de Santa Cruz “Bartolina Sisa” (Fdmcio SC BS) e incluso el Consejo Nacional de Ayllus y Markas del Qullasuyu (Conamaq). Todos están enfrascados en una disputa que era difícil de prever después de casi un lustro de asedio por parte de las clases acomodadas, actualmente neutralizadas luego de múltiples intentos de desestabilización política que los ha dejado sin liderazgo, programa y partido. Un absurdo para cualquiera que no esté íntimamente familiarizado con las dinámicas del poder en Bolivia.

En tan solo un año el bloque popular, que superó el golpe de Estado perpetrado en contra de Morales en 2019 y que logró imponer estabilidad mediante el gobierno de Luis Arce en 2020, está ahora dividido en dos facciones que no parecen tener predisposición alguna para el diálogo y la negociación, a pesar de que sus intereses reclaman su cohesión monolítica frente a un enemigo que ha empleado todas las estrategias de desestabilización política, económica e institucional con el apoyo del imperio más poderosos que alguna vez haya visto el planeta. Un escenario tan adverso que hubiera arrojado a adversarios ideológicamente irreconciliables frente a un peligro del cual ninguno saldría inmune.

La oposición de papel

Una situación tanto más paradójica cuando se toma en cuenta que los principales rivales de las clases subyugadas han perdido todas las batallas del juego por la dominación política de la sociedad: su principal medio de comunicación opositor cerró por falta de presupuesto, sus élites económicas han abdicado la disputa por el poder a nivel nacional tras el apresamiento de su gran líder conspirador y su principal fuente de financiamiento para movilizar bandas paramilitares entró en la quiebra después de un escándalo de proporciones criminales; todo ello dejando a un sector de las clases medias más reaccionarias en la más profunda orfandad de dirección y padrinazgo.

Incluso su antagonista, el gobierno de los Estados Unidos, atraviesa una coyuntura crítica que lo ha dejado impotente frente al avance de potencias rivales no solo sobre la región que consideraba tradicionalmente como su patio trasero, sino en todo el planeta, luego de que sus intentos por reimpulsar a la Organización del Atlántico Norte (OTAN) fracasaran no frente a una alianza militar, sino ante una iniciativa comercial y diplomática que se expresó en la última Cumbre de los Brics (acrónimo de las principales economías emergentes del mundo: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), sin mencionar la sacudida del continente negro en contra de sus opresores neocoloniales.

Ante aquel escenario, que proyecta los peores miedos de las clases dominantes de la Tierra, el sujeto histórico que viene guiando las riendas del país no parece tomar nota de las circunstancias, que hubieran sido aprovechadas incluso por movimientos espontáneos como los que lideró Espartaco en contra del Imperio romano. En lugar de planificar su siguiente movida por la emancipación definitiva, sus líderes parecen ignorar lo que sucede a su alrededor y se enfrascan en una discusión tan pedestre como quién será el que encabece las listas de unas elecciones que podrían no darse nunca, en vista de la seguidilla de golpes de Estado de todas las formas y colores que se han dado en las últimas décadas.

Divididos, pero no vencidos

Este aparente absurdo tiene una explicación. Luego de más de una década de dirección caudillista, el golpe de Estado de noviembre de 2019 se presentó como lo hace toda crisis: como un peligro y como una oportunidad, pues si bien aquel episodio obligó a dejar en la orfandad a un pueblo que había perdido la costumbre de luchar contra un enemigo más fuerte, igual obligó a sus bases a desprenderse del celoso control de su líder derrocado, quien tuvo que aceptar ceder la dirección del país a una nueva generación de líderes que no estaban preparados para la oportunidad que les dio la historia.

Debajo de la confusión que sorprendió a los dos actuales bandos en disputa estaba subyacente una falta de consolidación orgánica del proyecto emancipador. No es que este no hubiera evolucionado acorde a las circunstancias, sino que no lo hizo en la medida suficiente como para darle coherencia ideológica y formal a sus objetivos. Así, ante una falta de un genuino programa de partido, a sus dirigencias solo les quedó disputar la dirección de un instrumento cuyas posibilidades no parecen comprender a cabalidad. El MAS-IPSP es más que una coalición sindical que garantiza mayorías electorales, es una maquinaria de guerra que podría garantizar victorias más contundentes frente a enemigos externos acostumbrados a invadir países débiles y divididos, o débiles a causa de su división.

Para ser justos, las circunstancias tampoco eran previsibles, puesto que la bancarrota de las clases dominantes difícilmente pudo haber sido prevista junto con el desgaste simultáneo de su Estado tutelar. Nadie esperaba que en un solo periodo coincidiera una crisis política de dominación de clase y una crisis por la hegemonía global. Por lo que el proyecto emancipador de Bolivia se limitó a la negociación de su soberanía frente a una potencia que parecía tener décadas de supremacía por delante. Problemas como la industrialización e incluso la integración efectiva de los pueblos de Latinoamérica no parecían tan urgentes como la descolonización o el desarrollo condicionado por el mercado internacional de las materias primas.

Se tiene, por lo tanto, a un campo popular absorto frente a un futuro promisorio que todavía sienten lejano, sino es que ajeno. He ahí la verdadera razón de la saturación política del MAS. Ante la ausencia de un enemigo inmediato, ya solo queda la lucha interna por el poder. Sin amenazas externas, la característica belicosidad de la contenciosa vida partidaria en el país se conduce en contra de sus propios protagonistas. Haría falta un nuevo golpe de Estado para despertarlos fuera de su entumecimiento, que es pasajero por definición, puesto que, en un país como este, nunca harán falta amenazas de todo orden.

Lejos del fin, todavía

Ahí reside su mejor esperanza, pues Bolivia ni Latinoamérica dejarán de ser territorios asediados por la reacción, al menos en un futuro próximo. Tarde o temprano las clases dominantes podrán reorganizarse bajo formas tan novedosas como perversas. Los golpes de Estado en países institucionalmente atrasados no toman la forma de regímenes pretorianos pero estables, sino caóticos y delincuenciales. Esa es la razón por la que en lugar de un Pinochet, capaz de imponer un nuevo orden a través del terror planificado, se tuvo un García Meza como la máxima expresión de ambición desmedida y sin límites de las clases lumpen. A Bolivia no le espera ni siquiera una dictadura redentora de su oligarquía moribunda, sino una pandilla de forajidos que no se molestarán en explicar el porqué de su crueldad.

Por todo ello, estas circunstancias que parecen tan desesperantes en realidad son la demostración de que el pueblo es tan grande y poderoso que el único que le puede hacer frente es él mismo. Solo su pasividad y confusión pueden dar paso a sus enemigos, que por lo demás atraviesan el peor momento de su historia. Razón por la que serán verdaderamente agresivos, porque están acorralados.

Solo puede haber uno

Ahora bien, volviendo a pisar tierra, y sin considerar el enorme desafío que la época le impone al pueblo, es necesario considerar el aspecto formal del problema. Ambas facciones del MAS tienen la capacidad de influir en los resultados que dicte la maquinaria del Estado, en este caso validando la realización del próximo Congreso del MAS en el que se debatirá no solo las elecciones, sino también su propio estatuto. Así, si bien el Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) admitió la demanda en contra del documento fundamental del partido gobernante, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) reafirmó la realización del mencionado cónclave en la cancha del expresidente Morales: Lauca Ñ.

A medida que pasa el tiempo, es poco probable que los adversarios de Morales puedan posponer la ejecución de la cita, al mismo tiempo que el exmandatario podría verse obligado a rendir su posición de líder indiscutible según el documento que de repente todo el mundo parece haber redescubierto en estos días. Por eso mismo, es previsible que el Congreso del MAS en el trópico cochabambino sea uno de los campos de batalla más aguerridos de los últimos años, donde asistirán todos los proyectos y ambiciones del país, que, por su propia naturaleza, no serán exactamente razonables en los términos para resolver su disputa.

Las ambigüedades terminan ahí, debido a que en esta pelea solo puede haber un ganador. Las posibilidades de que ambos contrincantes resuelvan dejar a un lado sus diferencias e ir juntos a las elecciones son casi nulas, mientras que la victoria de uno podría resultar en la presentación de una sigla independiente por parte del otro, lo que daría verdaderas posibilidades de triunfo a una oposición que se frota las manos frente a la eventual ruptura. Por otro lado, de darse una elección donde las dos primeras opciones de voto se encuentren a la izquierda, hace factible hablar de un oficialismo progresista con una oposición igual o más radical hacia la izquierda.

La ingenuidad se paga con sangre

Para finalizar, no está de más recordar que cuando las oligarquías de Latinoamérica se han visto acorraladas frente a dos opciones contrarias, como sucedió en Chile en 1973, no se molestan en cumplir con las formalidades y terminan simplemente pateando el tablero, imponiendo una dictadura civil o militar para acabar con toda oposición que quede, y que, por su propia dubitación, se hace merecedora de tal brutal destino.

Solo que, a diferencia de los días de la Guerra Fría, esta vez el balón se encuentra a la izquierda de la cancha.

* Cientista político boliviano, analista de La Época.

LA ÉPOCA

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